sábado, 15 de abril de 2017

Dieciséis de septiembre: poema de Andrés Quintana Roo.



Poema de 
Andrés Quintana Roo.

[Nota preliminar: edición digital a partir de Antología de poetas hispanoamericanos, I, ed. de Marcelino Menéndez Pelayo, [s.n.], 1927 (tipografía de la Revista Archivos), pp. 75-79, y cotejada con la edición de Poesía de la Independencia, ed. de Emilio Carilla, Caracas, Ayacucho, 1979, pp. 180-184, cuya consulta recomendamos.].

Fuente del poema: http://www.letrasmexicanas.mx


Dieciséis de septiembre. Poema.

Por Andrés Quintana Roo.

Ite, ait; egregias animas, quae sanguine nobis hanc 
patriam, perperere suo, decorate supremis muneribus..

VIRGILIO [Eneida, Libro XI] 


Renueva, oh musa, el victorioso aliento,
con que fiel de la patria al amor santo, 
el fin glorioso de su acerbo llanto 
audaz predije en inspirado acento: 
cuando más orgulloso 
y con mentidos triunfos más ufano, 
el ibero sañoso 
tanto ¡ay! en la opresión cargó la mano, 
que al Anáhuac vencido 
contó por siempre a su coyunda uncido.


«Al miserable esclavo (cruel decía) 
que independencia ciega apellidando, 
de rebelión el pabellón nefando 
alzó una vez en algazara impía, 
de nuevo en las cadenas, 
con más rigor a su cerviz atadas, 
aumentemos las penas, 
que a su última progenie prolongadas, 
en digno cautiverio 
por siglos aseguren nuestro imperio. 


¿Qué sirvió en los Dolores vil cortijo, 
que el aleve pastor el grito diera 
de libertad, que dócil repitiera 
la insana chusma con afán prolijo? 
Su valor inexperto, 
de sacrílega audacia estimulado, 
a nuestra vista yerto 
en el campo quedó y escarmentado, 
su criminal caudillo 
rindió ya el cuello al vengador cuchillo. 


Cual al romper las pléyadas lluviosas 
el seno de las nubes encendidas, 
del mar las olas antes adormidas 
súbito el austro altera tempestosas; 
de la caterva osada 
así los restos nuestra voz espanta, 
que resuena indignada 
y recuerda, si altiva se levanta, 
el respeto profundo 
que inspiró de Vespuccio al rico mundo. 


¡Ay del que hoy más los sediciosos labios, 
de libertad al nombre lisonjero 
abriese, pretextando novelero 
mentidos males, fútiles agravios! 
Del cadalso oprobioso 
veloz descenderá a la tumba fría, 
y ejemplar provechoso 
al rebelde será, que en su porfía 
desconociere el yugo 
que al invicto español echarle plugo». 


Así los hijos de Vandalia ruda 
fieros clamaron cuando el héroe augusto 
cedió de la fortuna al golpe injusto; 
y el brazo fuerte que la empresa escuda 
faltando a sus campeones, 
del terror y la muerte precedidos, 
feroces escuadrones 
talan impunes campos florecidos, 
y al desierto sombrío 
consagran de la paz el nombre pío. 


No será empero que el benigno cielo, 
cómplice fácil de opresión sangrienta, 
niegue a la patria en tan cruel tormenta 
una tierna mirada de consuelo. 
Ante el trono clemente 
sin cesar sube el encendido ruego, 
el quejido doliente 
de aquel prelado, que inflamado en fuego 
de caridad divina 
la América indefensa patrocina. 


«Padre amoroso, dice, que a tu hechura, 
como el don más sublime concediste 
la noble libertad con que quisiste 
de tu gloria ensalzarla hasta la altura 
¿no ves a un orbe entero 
gemir, privado de excelencia tanta, 
bajo el dominio fiero 
del excecrable pueblo que decanta, 
asesinando al hombre, 
dar honor a tu excelso y dulce nombre? 


¡Cuánto ¡ay!, en su maldad ya se gozara 
cuando por permisión inescrutable 
de tan justo decreto y adorable 
de sangre en la conquista se bañara, 
sacrílego arbolando 
la enseña de tu cruz en burla impía, 
cuando más profanando 
su religión con negra hipocresía, 
para gloria del cielo 
cubrió de excesos el indiano suelo! 


De entonces su poder ¡cómo ha pesado 
sobre el inerme pueblo! ¡Qué de horrores, 
creciendo siempre en crímenes mayores, 
el primero a tu vista han aumentado! 
La astucia seductora 
en auxilio han unido a su violencia: 
moral corrompedora 
predican con su bárbara insolencia, 
y por divinas leyes 
proclaman los caprichos de sus reyes. 


Allí se ve con asombroso espanto 
cual traición castigando el patriotismo, 
en delito erigido el heroísmo 
que al hombre eleva y engrandece tanto. 
¿Qué más? En duda horrenda 
se consulta el oráculo sagrado 
por saber si la prenda 
de la razón al indio se ha otorgado, 
y mientras Roma calla, 
entre las bestias confundido se halla. 


¿Y qué, cuando llegado se creía 
de redención el suspirado instante, 
permites, justo Dios, que ufana cante 
nuevos triunfos la odiosa tiranía? 
El adalid primero, 
el generoso Hidalgo ha perecido: 
el término postrero 
ver no le fue de la obra concedido; 
mas otros campeones 
suscita que rediman las naciones». 

Dijo, y Morelos siente enardecido 
el noble pecho en belicoso aliento; 
la victoria en su enseña toma asiento 
y su ejemplo de mil se ve seguido. 
La sangre difundida 
de los héroes su número recrece, 
como tal vez herida 
de la segur, la encina reverdece, 
y más vigor recibe 
y con más pompa y más verdor revive. 


Mas ¿quién de la alabanza el premio digno 
con títulos supremos arrebata, 
y el laurel más glorioso a su sien ata, 
guerrero invicto, vencedor benigno? 
El que en Iguala dijo: 
«¡Libre la patria sea!» y fuelo luego 
que el estrago prolijo 
atajó, y de la guerra el voraz fuego, 
y con dulce clemencia 
en el trono asentó la Independencia. 


¡Himnos sin fin a su indeleble gloria! 
Honor eterno a los varones claros 
que el camino supieron prepararos, 
¡oh Iturbide inmortal! a la victoria. 
Sus nombres antes fueron 
cubiertos de luz pura, esplendorosa; 
mas nuestros ojos vieron 
brillar el tuyo como en noche hermosa, 
entre estrellas sin cuento 
a la luna en el alto firmamento.


¡Sombras ilustres, que con cruento riego 
de libertad la planta fecundasteis, 
y sus frutos dulcísimos legasteis 
al suelo patrio, ardiente en sacro fuego! 
Recibid hoy benignas, 
de su fiel gratitud Prendas sinceras 
en alabanzas dignas, 
Más que el mármol y el bronce duraderas, 
con que vuestra memoria 
coloca en el alcázar de la gloria.