ENVÍO.
Manuel José Othón.
En tus aras quemé mi último incienso
y deshojé mis postrimeras rosas,
do se alzaban los templos de mis diosas
ya sólo queda el arenal inmenso.
Quise entrar en tu alma, ¡y qué descenso!,
¡qué andar por entre ruinas y entre fosas!
¡A fuerza de pensar en tales cosas,
me duele el pensamiento cuando pienso!
¡Pasó...! ¿Qué resta ya de tanto y tanto
deliquio? En ti, ni la moral dolencia,
ni el dejo impuro, ni el sabor del llanto.
Y en mí: ¡qué hondo y tremendo cataclismo!
¡Qué sombra y qué pavor en la conciencia,
y qué horrible disgusto de mí mismo!
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