AÑO
VIEJO
Por José Aurelio Guzmán Martínez.
Son
casi las doce.
El
brindis de un bohemio se escucha,
la
nostalgia escurre por las calles,
el
cielo se tiñe de colores
y
el ruido de cohetones
anuncia
la agonía del Año Viejo.
Su
fin se acerca,
en
medio de canciones
que
aplauden la partida.
Todos
bailan, contentos,
ansiando
su muerte.
Está
listo el atole,
la sidra,
el
aroma a tamales que se pasea
en
la fiesta fúnebre.
Son
las doce.
Todos
se abrazan:
¡Ha
muerto!
Las
luces en el cielo, los cohetones,
explotan,
rabiosos,
embriagados
de júbilo.
La
música lo envuelve
en
su mortaja.
¡Ha
muerto!
Y
con él,
la
antigua pasión que arranca
la
piel enamorada,
las carteras flacas,
la despensa anémica,
el hogar derrumbándose.
Su
muerte alumbró la esperanza.
Son
las doce y un minuto.
¡Llegó
el Año Nuevo!
Todas
las almas
han
renacido un poco,
la
fe se apoderó de la noche
y
los sueños llenaron
las
copas de vino.
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