jueves, 31 de diciembre de 2015

"AÑO VIEJO" - José Aurelio Guzmán Martínez.

AÑO VIEJO
Por José Aurelio Guzmán Martínez.
Son casi las doce.
El brindis de un bohemio se escucha,
la nostalgia escurre por las calles,
el cielo se tiñe de colores
y el ruido de cohetones
anuncia la agonía del Año Viejo.
Su fin se acerca,
en medio de canciones
que aplauden la partida.
Todos bailan, contentos,
ansiando su muerte.
Está listo el atole,
                       la sidra,
el aroma a tamales que se pasea
en la fiesta fúnebre.
Son las doce.
Todos se abrazan:
¡Ha muerto!
Las luces en el cielo, los cohetones,
explotan, rabiosos,
embriagados de júbilo.
La música lo envuelve
en su mortaja.
¡Ha muerto!
Y con él,
la antigua pasión que arranca
la piel enamorada,
   las carteras flacas,
       la despensa anémica,
           el hogar derrumbándose.
Su muerte alumbró la esperanza.
Son las doce y un minuto.
¡Llegó el Año Nuevo!
Todas las almas
han renacido un poco,
la fe se apoderó de la noche
y los sueños llenaron
las copas de vino.

"EL BRINDIS DEL BOHEMIO", de Guillermo Aguirre y Fierro.


"EL BRINDIS DEL BOHEMIO"
                                           de Guillermo Aguirre y Fierro. 

En torno de una mesa de cantina,

una noche de invierno,
regocijadamente departían
seis alegres bohemios.

Los ecos de sus risas escapaban
y de aquel barrio quieto
iban a interrumpir el imponente
y profundo silencio.

El humo de olorosos cigarrillos
en espirales se elevaba al cielo,
simbolizando al resolverse en nada,
la vida de los sueños.

Pero en todos los labios había risas,
inspiración en todos los cerebros,
y, repartidas en la mesa, copas
pletóricas de ron, whisky o ajenjo.

Era curioso ver aquel conjunto,
aquel grupo bohemio,
del que brotaba la palabra chusca,
la que vierte veneno,
lo mismo que, melosa y delicada,
la música de un verso.

A cada nueva libación, las penas
hallábanse más lejos del grupo,
y nueva inspiración llegaba
a todos los cerebros,
con el idilio roto que venía
en alas del recuerdo.

Olvidaba decir que aquella noche,
aquel grupo bohemio
celebraba entre risas, libaciones,
chascarrillos y versos,
la agonía de un año que amarguras
dejó en todos los pechos,
y la llegada, consecuencia lógica,
del “Feliz Año Nuevo”...

Una voz varonil dijo de pronto:
—Las doce, compañeros;
Digamos el “requiéscat” por el año
que ha pasado a formar entre los muertos.
¡Brindemos por el año que comienza!
Porque nos traiga ensueños;
porque no sea su equipaje un cúmulo
de amargos desconsuelos...

—Brindo, dijo otra voz, por la esperanza
que a la vida nos lanza,
de vencer los rigores del destino,
por la esperanza, nuestra dulce amiga,
que las penas mitiga
y convierte en vergel nuestro camino.

Brindo porque ya hubiese a mi existencia
puesto fin con violencia
esgrimiendo en mi frente mi venganza;
si en mi cielo de tul limpio y divino
no alumbrara mi sino
una pálida estrella: Mi esperanza.

—¡Bravo! Dijeron todos, inspirado
esta noche has estado
y hablaste bueno, breve y sustancioso.
El turno es de Raúl; alce su copa
Y brinde por... Europa,
Ya que su extranjerismo es delicioso...

—Bebo y brindo, clamó el interpelado;
brindo por mi pasado,
que fue de luz, de amor y de alegría,
y en el que hubo mujeres seductoras
y frentes soñadoras
que se juntaron con la frente mía...

Brindo por el ayer que en la amargura
que hoy cubre de negrura
mi corazón, esparce sus consuelos
trayendo hasta mi mente las dulzuras
de goces, de ternuras,
de dichas, de deliquios, de desvelos.

—Yo brindo, dijo Juan, porque en mi mente
brote un torrente
de inspiración divina y seductora,
porque vibre en las cuerdas de mi lira
el verso que suspira,
que sonríe, que canta y que enamora.

Brindo porque mis versos cual saetas
Lleguen hasta las grietas
Formadas de metal y de granito
Del corazón de la mujer ingrata
Que a desdenes me mata...
¡pero que tiene un cuerpo muy bonito!

Porque a su corazón llegue mi canto,
porque enjuguen mi llanto
sus manos que me causan embelesos;
porque con creces mi pasión me pague...
¡vamos!, porque me embriague
con el divino néctar de sus besos.

Siguió la tempestad de frases vanas,
de aquellas tan humanas
que hallan en todas partes acomodo,
y en cada frase de entusiasmo ardiente,
hubo ovación creciente,
y libaciones y reír y todo.

Se brindó por la Patria, por las flores,
por los castos amores
que hacen un valladar de una ventana,
y por esas pasiones voluptuosas
que el fango del placer llena de rosas
y hacen de la mujer la cortesana.

Sólo faltaba un brindis, el de Arturo.
El del bohemio puro,
De noble corazón y gran cabeza;
Aquél que sin ambages declaraba
Que solo ambicionaba
Robarle inspiración a la tristeza.

Por todos estrechado, alzó la copa
Frente a la alegre tropa
Desbordante de risas y de contento;
Los inundó en la luz de una mirada,
Sacudió su melena alborotada
Y dijo así, con inspirado acento:

—Brindo por la mujer, mas no por ésa
en la que halláis consuelo en la tristeza,
rescoldo del placer ¡desventurados!;
no por esa que os brinda sus hechizos
cuando besáis sus rizos
artificiosamente perfumados.

Yo no brindo por ella, compañeros,
siento por esta vez no complaceros.
Brindo por la mujer, pero por una,
por la que me brindó sus embelesos
y me envolvió en sus besos:
por la mujer que me arrulló en la cuna.

Por la mujer que me enseño de niño
lo que vale el cariño
exquisito, profundo y verdadero;
por la mujer que me arrulló en sus brazos
y que me dio en pedazos,
uno por uno, el corazón entero.

¡Por mi Madre! Bohemios, por la anciana
que piensa en el mañana
como en algo muy dulce y muy deseado,
porque sueña tal vez, que mi destino
me señala el camino
por el que volveré pronto a su lado.

Por la anciana adorada y bendecida,
por la que con su sangre me dio vida,
y ternura y cariño;
por la que fue la luz del alma mía,
y lloró de alegría,
sintiendo mi cabeza en su corpiño.

Por esa brindo yo, dejad que llore,
que en lágrimas desflore
esta pena letal que me asesina;
dejad que brinde por mi madre ausente,
por la que llora y siente
que mi ausencia es un fuego que calcina.

Por la anciana infeliz que sufre y llora
y que del cielo implora
que vuelva yo muy pronto a estar con ella;
por mi Madre, bohemios, que es dulzura
vertida en mi amargura
y en esta noche de mi vida, estrella...

El bohemio calló; ningún acento
profanó el sentimiento
nacido del dolor y la ternura,
y pareció que sobre aquel ambiente
flotaba inmensamente
un poema de amor y de amargura.

domingo, 18 de octubre de 2015

"Oda al amor", de Pablo Neruda.


ODA AL AMOR.

Por Pablo Neruda.


Amor, hagamos cuentas.
A mi edad
no es posible
engañar o engañarnos.
Fui ladrón de caminos,
tal vez,
no me arrepiento.



Un minuto profundo,
una magnolia rota
por mis dientes
y la luz de la luna
celestina.
Muy bien, pero, ¿el balance?
La soledad mantuvo
su red entretejida
de fríos jazmineros
y entonces
la que llegó a mis brazos
fue la reina rosada de las islas.



Amor,
con una gota,
aunque caiga durante toda 


y toda la nocturna primavera
no se forma el océano
y me quedé desnudo,
solitario, esperando.

Pero, he aquí que aquella
que pasó por mis brazos
como una ola
aquella que sólo fue un sabor
de fruta vespertina,
de pronto
parpadeó como estrella,
ardió como paloma
y la encontré en mi piel
desenlazándose
como la cabellera de una hoguera.



Amor, desde aquel día
todo fue más sencillo.
Obedecí las órdenes
que mi olvidado corazón me daba
y apreté su cintura
y reclamé su boca
con todo el poderío
de mis besos,
como un rey que arrebata
con un ejército desesperado
una pequeña torre donde crece
la azucena salvaje de su infancia.



Por eso, Amor, yo creo
que enmarañado y duro
puede ser tu camino,
pero que vuelves
de tu cacería
y cuando enciendes
otra vez el fuego,
como el pan en la mesa,
así, con sencillez,
debe estar lo que amamos.



Amor, eso me diste.
Cuando por vez primera
ella llegó a mis brazos
pasó como las aguas
en una despeñada primavera.



Hoy la recojo.
Son angostas mis manos pequeñas
las cuencas de mis ojos
para que ellas reciban
su tesoro,
la cascada de interminable luz, 


el hilo de oro,
el pan de su fragancia
que son sencillamente, Amor, 

mi vida.


viernes, 4 de septiembre de 2015

martes, 4 de agosto de 2015

"Yo voy soñando caminos", de Antonio Machado.

YO VOY SOÑANDO CAMINOS.
Por Antonio Machado.


Yo voy soñando caminos 
de la tarde. ¡Las colinas 
doradas, los verdes pinos, 
las polvorientas encinas!... 
¿Adónde el camino irá? 
Yo voy cantando, viajero 
a lo largo del sendero... 
-la tarde cayendo está-. 
"En el corazón tenía 
"la espina de una pasión; 
"logré arrancármela un día: 
"ya no siento el corazón". 

Y todo el campo un momento 
se queda, mudo y sombrío, 
meditando. Suena el viento 
en los álamos del río. 

La tarde más se oscurece; 
y el camino que serpea 
y débilmente blanquea 
se enturbia y desaparece. 

Mi cantar vuelve a plañir: 
"Aguda espina dorada, 
"quién te pudiera sentir 
"en el corazón clavada".



jueves, 16 de julio de 2015

"Quién creerá en el futuro a mis poemas", de William Shakespeare.



Quién creerá en el futuro a mis poemas.

Por William Shakespeare

¿Quién creerá en el futuro a mis poemas
si los colman tus méritos altísimos?
Tu vida, empero, esconden en su tumba
y apenas la mitad de tus bondades.
Si pudiera exaltar tus bellos ojos
y en frescos versos detallar sus gracias,
diría el porvenir: «Miente el poeta,
rasgos divinos son, no terrenales».
Desdeñarían mis papeles mustios,
como ancianos locuaces, embusteros;
«métrico exceso» de un «antiguo» canto.
Mas si entonces viviera un hijo tuyo,
mi rima y él dos vidas te darían.
para darla a la muerte y los gusanos.




martes, 7 de julio de 2015

"Estrella en alto", de Efraín Huerta.

ESTRELLA EN ALTO,
de Efraín Huerta.


En el taller del alma maduran los deseos,
crece, fresca y lozana, la ternura,
imitando tu sombra,
inventando tu ausencia
tan honda y sostenida.

Hoy te sueño,
amante:
estrella en alto, huella
de una violeta lenta.

Oscuramente bella la soledad germina en torno de mi cuerpo.
Hoy te sueño, amante:
jugamos a la brisa y al frío.
Tu nombre suena como tibia pureza inimitable.

Y del cielo a la tierra,
de aquella estrella en alto al dulce ruido de tu pecho,
bajan con inefable rapidez
y como espuma roja
apresurados besos,
recios besos,
crueles besos de hielo en mi memoria.

Un grito de agonía, una blasfemia
vuelve grises tus senos,
y mi sueño,
y esa noble fragancia de tu sexo.
¿Qué esperamos, hermana,
de esta reciente aurora
que nos fatiga tanto?
Mira la estrella,
es blanca, no es azul.
Mírala, y que tus ojos perduren como rosas perfectas.





martes, 16 de junio de 2015

"Haiku".




"Cuando Yasunari Kawabata ganó el Premio Nobel de Literatura, por primera vez en la historia de la literatura japonesa, él habló, en su discurso de la ceremonia, de la estética tradicional de la cultura japonesa, que consistía fundamentalmente en apreciar la belleza de la naturaleza y del cambio de estaciones, y afirmó que la fuente de inspiración más importante para las creaciones artísticas en la cultura japonesa era el deseo de compartir esta belleza con los vecinos..."

Este haiku de Onitsura expresa muy bien esta espontaneidad de la poesía japonesa:

¿Quién no / tomará pluma? / Ante la luna de hoy

Este poema de Issa, aparentemente incompleto, muestra muy bien el reconocimiento de lo efímero del mundo y, al mismo tiempo, el sentimiento de inconformidad con esta inestabilidad:

Este mundo del rocío / es el mundo del rocío / pero aun...

Citemos un Haiku clásico, de Yosa Buson, que es sucesor de Basho, como ejemplo:

 La flor de colza / y la luna al este / el sol al oeste

Esta es la esencia de Haiku deBasho, que hasta hoy día sigue siendo la forma principal de Haiku japonés.
Citemos algunos ejemplos de las obras de Basho:

 El silencio / el canto de la cigarra / penetra la roca

 La siguiente poesía es realmente bella:

 Se va la primavera / pájaro  llora, los ojos / de pez lagrimean

El siguiente ejemplo es interesante:

Enfermo en el viaje    / mi sueño recorre / llanos desnudos

El siguiente ejemplo es de Moritake:

Flores que vuelven / volando a la rama / eran mariposas.

Ahora para terminar, citemos un haiku de Masaoka Shiki, el poeta de la época deMeiji, que resume lo hasta ahora venimos hablando.

¿Cuántas veces / he preguntado por / la altura de la nevada?

Fuente: http://www.noticiasliterarias.com/cultura/letras/Cultura_letras%2009.htm



sábado, 6 de junio de 2015

"Noche rústica de Walpurgis", de Manuel José Othón.



NOCHE RÚSTICA DE WALPURGIS.
Por Manuel José Othón.

I
Invitación al Poeta
Coge la lira de oro y abandona
el tabardo, descálzate la espuela,
deja las armas, que para esta vela
no has menester ni daga ni tizona.
Si tu voz melancólica no entona
ya sus himnos de amor, conmigo vuela
a esta región que asombra y que consuela,
pero antes ciñe la triunfal corona.
Tú que de Pan comprendes el lenguaje,
ven de un drama admirable a ser testigo.
Ya el campo eleva su canción salvaje;
Venus se prende el luminoso broche ...
Sube al agrio peñón, y oirás conmigo
lo que dicen las cosas en la noche.
II
Intempesta Nox
Media noche. Se inundan las montañas
en la luz de la luna transparente
que vaga por los valles tristemente
y cobija, a lo lejos, las cabañas.
Lanzas de plata en el maizal las cañas
semejan al temblar, nieve el torrente,
y se cuaja el vapor trágicamente
del barranco en las lóbregas entrañas.
Noche profunda, noche de la selva,
de quimeras poblada y de rumores,
sumérgenos en ti: que nos envuelva
el rey de tus fantásticos imperios
en la clámide azul de sus vapores
y en el sagrado horror de tus misterios.
III
El harpa
Hay en medio del rústico boscaje
un tronco retorcido y corpulento:
enorme roca sírvele de asiento
y frondas opulentas de ropaje.
Cuando, como a través de fmo encaje,
el rayo de la luna tremulento
pasa, desde el azul del firmamento,
la verde filigrana del follaje,
desbarátase en haz de vibradores
hilos de luz que tiemblan, cual tañidos
por un plectro que el céfiro menea.
¡Harpa inmensa del campo! no hay cantores
que a tus himnos respondan, ni hay oídos
que comprendan tu estrofa gigantea.
IV
El bosque
Bajo las frondas trémulas e inquietas
que forman mi basílica sagrada,
ha de escucharse la oración alada,
no el canto celestial de los poetas.
Albergue fui de druidas. Los ascetas,
en mis troncos de crústula rogada,
infligieron su frente macerada
y colgaron sus harpas los profetas.
Y en tremenda ocasión, el errabundo
viento espantado suspendió su vuelo,
al escuchar de mi interior profundo
brotar, con infinito desconsuelo,
la más grande oración que desde el mundo
se ha alzado hasta las cúpulas del cielo.
V
El ruiseñor
Oíd la campanita, cómo suena,
el toque del clarín, cómo arrebata,
las quejas en que el viento se desata
y del agua el rodar sobre la arena.
Escuchad la amorosa cantilena
de Favonio rendido a Flora ingrata,
y la inmensa y divina serenata
que Pan modula en la silvestre avena.
Todo eso hay en mis cantos. Me enamora
la noche; de los hombres soy delicia
y paz, y, entre los árboles cubierto,
sólo yo alcé mi voz consoladora
con una blanda y celestial caricia
cuando Jesús agonizó en el huerto.
VI
El río
Triscad ¡oh linfas! con la grácil onda;
gorgoritas, alzad vuestras canciones,
y vosotros, parleros borbollones,
dialogad con el viento y con la fronda.
Chorro garrulador, sobre la honda
cóncava quiebra, rómpete en jirones
y estrella contra riscos y peñones
tus diamantes y perlas de Golconda.
Soy vuestro padre el río. Mis cabellos
son de la luna pálidos destellos,
cristal mis ojos del cerúleo manto.
Es de musgo mi barba transparente,
ópalos desleídos son mi frente
y risas de las Náyades mi canto.
VII
Las estrellas
¿Quién dice que los hombres nos parecen,
desde la soledad del firmamento,
átomos agitados por el viento,
gusanos que se arrastran y perecen?
¡No! Sus cráneos que se alzan y estremecen,
son el más grande asombrador portento:
¡fraguas donde se forja el pensamiento
y que más que nosotras resplandecen!
Bajo la estrecha cavidad caliza
las ideas en ígnea llamarada
fulguran sin cesar, y es, ante ellas,
toda la creación polvo y ceniza ...
Los astros son materia ... ¡casi nada!
¡y las humanas frentes son estrellas!
VIII
El grillo
¿Dónde hallar, oh mortal, las alegrías
que con mi canto acompañé en tu infancia?
¿Quién mide la enormísima distancia
que éstos separa de tan castos días?
Luces, flores, perfumes, armonías,
sueños de poderosa exuberancia
que llenaron de albura y de fragancia
la vida ardiente con que tú vivías,
ya nunca volverán; pero cantando
cabe la triste moribunda hoguera
de tu destruida tienda bajo el toldo,
hasta morir te seguiré mostrando
la ilusión, en la llama postrimera,
el recuerdo, en el último rescoldo.
IX
Los fuegos fatuos
Bajo los melancólicos sauces
que sombrean el fétido pantano
y en la desolación del muerto llano
sembrado de cadáveres y cruces,
se nos mira brillar, pálidas luces,
terror del habitante rusticano:
misteriosos engendras de lo arcano
envueltos en fosfóricos capuces.
Mas al beso de amor del aire puro
sobre la infecta corrupción, ileso
fulguró nuestro ser cual a un conjuro.
Que no existe lo estéril ni lo inerte
si Pan lo toca, y al brotar un beso
siempre estalla la luz, aun de la muerte.
X
Los muertos
¡Piedad! ¡misericordia! ... Fueron vanos
tanto soberbio afán y lucha tanta.
¡Ay! por nosotros vuestra queja santa
levantad al Señor. ¡Orad, hermanos!
Si oyerais el roer de los gusanos
en el hondo silencio, cómo espanta,
sintierais oprimida la garganta
por invisibles y asquerosas manos.
Mas no podéis imaginar los otros
tormentos que hay bajo la losa fría:
la falta, la carencia de vosotros;
la soledad, la soledad impía ...
¡Ay, que llegue, oh señor, para nosotros
de la resurrección el claro día!
XI
Las aves nocturnas
¡A infundir con el vuelo y los chirridos
más horror en la noche, más negrura
en los antros del monte y más pavura
en las ruinas de sótanos hendidos!
¡A seguir a los pájaros perdidos
de la arboleda entre la sombra oscura
y con la garra ensangrentada y dura
a darles muerte y a asolar sus nidos!
¡A lanzar tan horrísonos acentos,
desde la cruz del viejo campanario,
que el valor más indómito se quiebre!
¡A remedar terríficos lamentos,
de dientes estridor, crujir de osario
y espasmódicos gritos de la fiebre!
XII
Intermezzo
Vamos al aquelarre. -En la sombria
cuenca de la montaña, las inertes
osamentas se animan a los fuertes
gritos que arroja la caterva impía.
Van llegando sin Dios y sin María,
présagos de catástrofes y muertes ...
Pienso que el cielo llora ¿no lo adviertes?
Venus es una lágrima muy fria.
Tras nahuales y brujas el coyote
ulula clamoroso, y aletea,
sobre negro peñón, el tecolote.
La lechuza silbando horrorizante
se junta a la fatídica ralea
¡y el Vaquero Marcial llega triunfante!
XIII
Las brujas
-Todas las noches me convierto en cabra
para servir a mi señor el chivo,
pues, vieja ya, del hombre no recibo
ni una muestra de amor, ni una palabra.
-Mientras mi esposo está labra que labra
el terrón, otras artes yo cultivo.
¿Ves? traigo un niño ensangrentado y vivo
para la cena trágica y macabra
-Sin ojos, pues así se ve en lo oscuro,
como ven los murciélagos, yo vuelo
hasta escalar del camposanto el muro.
-Trae un cadáver frío como el hielo.
Yo a los hombres daré del vino impuro
que arranca la esperanza y el consuelo.
XIV
Los nahuales
¡Sús, Vaquero Marcial! De nuestra boca
los conjuros oirás: aunque en la brega
quedaste vencedor, siempre a ti llega
de los hombres la voz que te provoca.
¡Por dondequiera el mal! Tu mano toca
las campiñas también. Ya en ronda ciega
el coro de las brujas se despliega
de ti en redor, sobre la abrupta roca.
Hijas sois de la víbora y el sapo:
de vuestro hediondo seno sacad presto
las efigies ridículas de trapo ...
¡Oh, representación de los mortales!
mostrad aquí vuestro asombrado gesto
en la danza infernal de los nahuales.
XV
El gallo
Hombre, descansa. De tu hogar ahuyento
el nocturno terror y estoy en vela.
Sombras de muerte cuyo soplo hiela,
con mi agudo clarín os amedrento.
Huya la luz y te descuide el viento
por preludiar su dulce pastorela.
Contra el mal, poderoso centinela,
a su paso espectral estoy atento.
No te inquiete el horrísono alarido
que escuches en tu sueño, por la vana
pesadilla maléfica oprimido.
Ya pondrá fin a su croar la rana,
y yo, con alegrísimo sonido,
entonaré la jubilosa diana.
XVI
La campana
¿Qué te dice mi voz a la primera
luz auroral? La muerte está vencida,
ya en todo se oye palpitar la vida,
ya el surco abierto la simiente espera
.
Y de la tarde en la hora postrimera:
Descansa ya. La lumbre está encendida
en el hogar
 ... Y siempre te convida
mi acento a la oración en donde quiera.
Convoco a la plegaria a los vivientes,
plaño a los muertos con el triste y hondo
son de sollozo en que mi duelo explayo.
Y, al tremendo tronar de los torrentes
en pavorosa tempestad, respondo
con férrea voz que despedaza el rayo.
XVII
La montaña
El encinar solloza. La hondonada
que raja el monte, es una boca ingente
por donde grita el bramador torrente
de furiosa melena desgreñada.
La piedra tiene acentos. Vibra cada
roca, como una cuerda, intensamente,
que en sus moles quedó perpetuamente
del Génesis la voz petrificada.
Del hondo seno de granito escucha
las voces ¡oh poeta! Clama el oro:
¡Vive y goza, mortal! El hierro: ¡Lucha!
Mas oye, al par, sobre la altura inmensa,
cantar en almo y perdurable coro
a las agudas cumbres: ¡Ora y piensa!
XVIII
Un tiro
Duda mortal del alma se apodera
al oír en la noche la lejana
detonación, que turba y que profana
el silencio del bosque y la pradera.
¿Será la bala rápida y certera
que pone fin a la existencia humana,
o el golpe salvador que en lucha insana
asesta el montañés sobre la fiera?
Ese ruido mortífero y tonante
hace temblar al alma sorprendida,
cuando está de lo incógnito delante.
Para arrancar o defender la vida,
lo producen lo mismo el caminante
y el guarda, el asesino y el suicida.
XIX
El perro
No temas, mi señor: estoy alerta
mientras tú de la tierra te desligas
y con el sueño tu dolor mitigas,
dejando el alma a la esperanza abierta.
Vendrá la aurora y te diré: Despierta,
huyeron ya las sombras enemigas.
Soy compañero fiel en tus fatigas
y celoso guardián junto a tu puerta.
Te avisaré del rondador nocturno,
del amigo traidor, del lobo fiero
que siempre anhelan encontrarte inerme.
Y, si llega con paso taciturno
la muerte, con mi aullido lastimero
también te avisaré. ¡Descansa y duerme!
XX
La sementera
Escucha el ruido místico y profundo
con que acompaña el alma Primavera
esta labor enorme que se opera
en mi seno fructífero y fecundo.
Oye cuál se hincha el grano rubicundo
que el sol ardiente calentó en la era.
Vendrá otoño que en mieses exubera
y en él me mostraré gala del mundo.
La madre tierra soy: vives conmigo,
a tu paso doblego mis abrojos,
te doy el alimento y el abrigo.
Y, cuando estén en mi regazo opresos
de tu vencida carne los despojos,
¡con cuánto amor abrigaré tus huesos!
XXI
Lumen!
Las sombras palidecen. Es la hora
en que, fresca y gentil, la madrugada
va a empaparse en el agua sonrosada
que ya muy pronto verterá la aurora.
El cielo vagamente se colora
de virginal blancura inmaculada
y hace en el firmamento su morada
la luz, de las tinieblas vencedora.
Sobre las níveas cumbres del oriente
en ópalos y perlas se deslíe,
que desbarata en su cristal la fuente.
Del vaho matinal se extiende el velo
y todo juguetea, y todo ríe,
en la tierra lo mismo que en el cielo.
XXII
Adiós al Poeta
¡Santa Naturaleza, madre mía!
me has cobijado en tu regazo inmenso
y disipaste con tu soplo intenso
la nube del dolor que me envolvía.
Mas ¡ay! vuelve la vida ingrata y fría,
mi sueño celestial quedó suspenso ...
Ya alza la tierra su divino incienso
y en su carro triunfal asoma el día.
Poeta: es fuerza abandonar el monte.
Bajemos, pues ya al ras del horizonte,
Venus agonizante parpadea;
tú al teatro, a la clínica, al Senado;
yo a vegetar tranquilo y olvidado
en el rincón oscuro de mi aldea.