¡Oh romanza que gustas cantar, la frente
adormecida y las alas plegadas, entre las hojas
verdes agitadas a lo lejos sobre algún lago
umbrío, tú has sido para mí un papagayo de
vivos colores, un pájaro muy familiar; tú
me has enseñado a leer mi alfabeto, a balbucear
todas mis primeras palabras, mientras
que, niño de mirada sagaz, me hundía en huraños
bosques.
En estos últimos tiempos, el eterno Cóndor
de los tiempos ha estremecido de tal modo mi
cielo hasta en sus alturas, agrandando el tumulto
producido por el pasaje y la huida de
los años, y tengo tan obstinadamente los ojos
fijos en el inquietante horizonte, que no me
queda tiempo para mis dulces ocios.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario